El
pecado y la culpa están enraizados en nuestra cultura y nos mantienen
encadenados al pasado, impidiéndonos liberarnos de los círculos opresivos,
personales y colectivos. Volver a la inocencia original y emprender el camino
de la responsabilidad nos permitirá convertirnos en agentes del cambio.
Todas
las culturas comparten esta mítica historia de cómo perdimos al mismo tiempo la
paz interior y el equilibrio que nos unía indisolublemente a la Tierra y al
resto de los seres vivos en un perfecto entendimiento. Se accede a una
conciencia individual a costa de la perdida del nexo con la naturaleza. En la
versión judeo-cristiana es el momento en el que adquirimos la conciencia del
bien y del mal, la moralidad y, por lo tanto, la conciencia de la transgresión.
Entre
otros mitos y conceptos como el “pecado”, capaces de anidar en nuestro
inconsciente atrapándonos en una telaraña de culpabilidades. La educación
resulta determinante para cultivar espíritus libres e independientes o bien
sometidos a “pecados originales” y otros programas religiosos e ideológicos que
pueden marcar de manera indeleble la psique humana.
El
sentimiento de culpa se vuelve patológico y destructivo en forma de
remordimiento o se convierte en arma arrojadiza contra los demás.
Lo
cierto es que nacemos desnudos e inocentes y nos vamos vistiendo trajes de
culpa conforme asumimos errores reales o ficticios, propios o ajenos. Es
necesario tomar conciencia de todos estos absurdos y recurrentes programas de
nuestra psique y recobrar la inocencia original que permanece incólume en el
fondo de cada uno de nosotros.
La
culpabilidad pertenece siempre al pasado, y el sentimiento contrapuesto es la
responsabilidad que se dirige al presente y al futuro.
Las
leyendas de paraísos de todas las culturas explican que el ser humano no
encontrará la paz interior hasta que vuelva a entenderse con la propia tribu, a
aprender el lenguaje del resto de los seres vivos y de la Tierra que nos
sostiene. El fallo global de la convivencia, político y ecológico, señala la
necesidad de edificar una nueva realidad, una economía u una sociedad
sostenible y coherente. Se trata de abandonar los discursos moralistas y tomar
las riendas de nuestra vida convirtiéndonos en agentes del cambio.
Terminamos
culpando de nuestra situación a financieros, políticos, empresas y gestores y
lo hacemos en gran parte con razón, pero es preciso plantear otras opciones…
Revista Mente Sana, nº105. Ignacio Abella…