Somos
los arquitectos de nuestros días y se requiere una gran capacidad y una alta
cualificación técnica y moral. Construir la casa que somos, construir la frase
que nos dice, acertar a hacer eso con claridad, algo que se va logrando poco a
poco, es el sencillo secreto de la felicidad.
El
cerebro y las manos constituyen los atributos más notables del ser humano y
reflejan su gran capacidad para discernir y hacer. Es útil recordar que cada
persona construye su propia vida y el cúmulo de acciones y relaciones en que
esta se materializa.
Vivir
se hace ladrillo a ladrillo. Cada paso que damos es un ladrillo que ponemos en
ese edificio que denominamos vida propia. Construimos sin cesar, sin darnos
cuenta, cada vez que decidimos algo, cada vez que damos un paso, incluso cuando
soñamos. Somos casas en construcción. En unas ocasiones usamos materiales que
hemos escogido ( una profesión,, una pareja, una ideología…) y en otras nos
tenemos que conformar con materiales que el mundo ha puesto en nuestras manos
sin consultarnos (un país, una lengua, una familia, unas características
físicas…) Lo importante, sin embargo, es que uno pueda confiar en que esos
materiales propios y ajenos le protejan del mundo de fuera: como en el cuento
de “Los tres cerditos”, el lobo
puede derribar sin esfuerzo la cabaña de paja y la de madera, pero ya no la de
piedra, que resiste a sus bufidos, sus empujones, sus arañazos, su rabia.
El lobo
sabe, como se ve en “ Caperucita roja “
y “ Las siete cabritillas”, usar el ingenio además de la fuerza bruta para
conseguir que abramos nuestras puertas:
se disfraza, se espolvorea de harina la pata, modifica el timbre de su voz,
argumenta de manera razonable. Si no puede echar abajo nuestra casa, hace lo
posible para penetrar en ella y convertirla en parte de la espesura, en bosque,
en territorio salvaje.
Los
lobos del mundo – que, no lo olvidemos, la mayor parte de las veces son
proyecciones de nuestros miedos y de nuestros errores antes que enemigos reales
del mundo de afuera_ tienen la triste misión de destruir lo que hemos
construido: una casa (que intentan convertir en un montón de escombros), unos
valores (que desprestigian con su omnívora inmortalidad), una frase ( que
emborronan y tergiversan para que se vuelva ininteligible) o unos sentimientos
(que minan desde sus cimientos para que dejen de sostener nuestra existencia).
Construir es protegerse de la acechanza de los lobos internos y externos.
Construir es aprender a alzar una barrera infranqueable entre nosotros que
anhelamos ser quienes somos, y esos lobos, cuya ferocidad pretende
aniquilarnos. Construir es poner nuestro corazón a salvo de las dentelladas de
los muchos depredadores que quieren alimentarse con él.
Es necesario saber que la casa debe estar al
servicio de uno y no uno al servicio de la casa.
Revista
“ Cuerpo Mente” nº 271. JESÚS AGUADO